CARTA A LOS CHICOS
DEL 2010, o tal vez a los adolescentes del 2015.
Confío en que habrá quien se encargue de aconsejarlos. También cuento con que otros se
verán inclinados a prevenirlos, quizás hasta a exhortarlos. No faltarán quienes se
sientan culpables de no haberles forjado un mundo menos caótico y violento. Por mi parte,
considero suficiente venganza a mi inoperancia el hecho de que entre ustedes se encuentren
mi futuro médico, mi último dentista y mi enterrador, de modo que optaré por dedicarme
al rescate de lo que para mí realmente importa que perdure, de lo que auténticamente veo
en peligro de extinción.
Ella es la reina de todos los misterios. Irrumpe en nuestra vida cuando menos la
esperamos, apoderándose de los gestos y de los silencios. Algunos ratones de biblioteca
la confunden con juegos de palabras, y han conspirado para herirla con nombres tales como
"metáfora", "oxímoron", y otros sonidos que frecuentemente la
ahuyentan. Ella prefiere las palabras como "susurro", "hombre", o
"luz". Puede disfrazarse de cualquier cosa, colarse en cualquier situación,
pero el que ya ha sido tocado por ella siempre la reconocerá, y dirá, aunque nadie lo
escuche, "Otra vez, la Poesía".
Insisto, no se dejen convencer de que Ella sólo habita en la oscuridad de los
libros. Tampoco es importante determinar si realmente está allí, en el modo en que se
inclina esa dócil casuarina, o si la crea mi mirada abierta de asombro. Lo fundamental es
que impregne nuestro mundo, porque haciéndolo lo transforma y lo redime. Quizás ustedes
son chicos y no conocen la palabra "redimir". Redimir es salvar, rescatar, en
este caso, de la falta de sentido, del imperdonable aburrimiento, de la soledad en un
Universo huérfano de Armonía.
Mientras escribo, unas nubes pasan navegando muy lentamente frente a mi ventana.
Las veo deslizarse y recuerdo los barcos. Imagino los barcos y recuerdo a los griegos.
Imagino a los griegos y recuerdo a Ulises, tratando de volver a su hogar, a su paciente
Itaca. Ahora lo veo a Ulises sobre una de estas nubes, con el viento enredándole el pelo
y la mirada fija en el horizonte. Me pregunto adónde irán las nubes, cuál será su
Itaca. Parte de mí se va con una de ellas. Vuelvo a escribir, como quien vuelve de un
viaje por otro mundo, y eso es lo que fue. Eso es lo que no quiero que ustedes se pierdan.
Temo que la posibilidad de emocionarse ante la visión de mundos dentro de mundos dentro
de mundos, se quede por el camino.
Temo que la estética de noticiero termine por sepultar esa intuición maravillosa que
todavía les queda de su travesía por el líquido amniótico.
Temo que finalmente la cultura los convenza de que la realidad es una sola y sale en los
diarios, y es vociferada desde las tribunas.
Temo que perdamos el contacto cotidiano con la belleza y el misterio.
Temo que el próximo hambre sea de Ser.
Como verán, soy una vieja llena de miedos. Yo les dije que no podría aconsejarlos, ni
servirles de ejemplo. Pero un recuerdo me ilumina la memoria y se los cuento. Yo cumplía
19 años, y mi presente era pura desolación. Esa noche, un amigo compró una banana en
una frutería, le pinchó 19 fósforos, los encendió y me los hizo soplar en la escalera
del Hospital de Clínicas. Todavía veo esa luz anaranjada iluminándole la sonrisa. Esos
fósforos extendieron su resplandor sobre toda mi vida. Eso fue Poesía. Agárrense a ella
con fuerza, que nadie se las arrebate, y que Los Mercados nos perdonen la herejía.
Hasta el fin del tiempo, Marcela de Laferrère.
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